¿Qué escribe una después de ausentarse casi un año entero? Me siento como cuando quieres escribirle a esa vieja amiga con la que hace mucho tiempo no tienes contacto. Sabes que todo está bien, porque no les pasó otra cosa que un poco de vida que puso distancia, pero a la vez es un poco: ¿cómo empiezo?
Empiezo por preguntarte cómo estás, si estos meses han habido grandes cambios, si sigues frecuentando a las mismas personas que el año pasado, si sigues teniendo los miedos que compartíamos. Y si eres nueva por aquí, ¡gracias por llegar! Estoy súper contenta de pensar que algo te empujo a suscribirte, espero seguir viéndote por aquí. Yo, por mi parte, debo confesar que han sido meses remolino.
Casi retomé contacto por aquí cuando apliqué a un trabajo que me hacía mucha ilusión en la empresa donde trabajo y no lo obtuve, y lloré y me sentí tan derrotada que sentí que necesitaba explicarte, y en el camino explicarme, por qué no siempre las cosas suceden como las planeamos. Pero en ese momento decidí no abrir esa herida y seguir.
Pero luego está esto otro, lo que me impulsó a volver. El mismo sentimiento por el que escribí esa primera newsletter por el 11 de agosto del 2021, la que se titulaba “Un verbo infinito llamado mudarse”, que se relaciona también con lo que escribí un año después, “La carrera en una vida de incertidumbres”, cuando te conté que vendí mi mesa y sillas favoritas del balcón que me veía escribir en Barcelona. Y qué locura que cuando escribí “Nombrar nuestras emociones” te conté que estaba hablando del futuro con Jonas en un viaje en la playa sin imaginarme que mi futuro estaría en esa ciudad.
Durante años he perseguido unas raíces que no están echadas y qué cosa más certera para decirlo que una mudanza. Estoy a dos meses de tener una vez más mi vida empacada en cajas, de apilar mis sueños en objetos, de decirle adiós a las paredes que me han visto crecer, llorar, reír, amar. Y no es solo las paredes en las que he habitado, es la ciudad en la que he encontrado una nueva versión de mí, de mi relación. La ciudad que me vio quejarme de la lluvia pero salir pese a ella, la que me vio volver a casa de la mano con quien me vio ser primero novia y ahora prometida de alguien. Es agridulce decirle adiós porque aunque podré volver, nunca será el sitio que es hoy, ni esta definición de hogar, ni lo que soy.
Y no te puedo mentir, porque me conoces, he llorado mucho con esta decisión, como lloré hace dos años que dejamos Barcelona por construir una vida en Gante. Como seguramente lloraré después si el siguiente destino no es la parte final y créeme que sé que escribo desde el privilegio pero también te confieso que escribir esto, vivir esto, me quiebra un poco porque sé que tengo que dejar algo de mí aquí.
Creo que a todos nos pasa esto no solo al cambiar de país, al cambiar de relación, de amistades, de patrones. La sensación de ser extranjero se vive de forma intensa cuando cambias de territorio, pero se experimenta de muchas otras formas y es normal que nos cueste soltar: porque lo que ya conocemos nos trae confort. Pero eso, por supuesto, no significa que tengamos que quedarnos. Ojo, porque tampoco significa que debamos irnos solo porque son nuestro lugar seguro, porque hay muchas permanencias que marcan los trazos de nuestra vida y, de hecho, le dan sentido. Pero a veces hay lugares, o personas, que transitamos por un rato, que nos dan mucha felicidad, pero que entendemos que no pueden ser nuestro hogar.
Y eso me sucede con Gante. Es uno de los sitios más preciosos en los que he estado jamás, vivir aquí ha sido probablemente un sueño que si yo pudiera contarle a mi versión de quince no se lo podría creer. Pero… Bélgica es caro. Es frío, es lluvioso, es cambiante. Extraño el sol, extraño la felicidad que me traen los días soleados y la luz durante el invierno. Además, hace dos años que vivo dividida viajando cada mes a España por mi trabajo, cambiando de rutina, creando algo así como dos vidas: una donde mi trabajo lo es todo, la otra donde mi relación está. Estoy francamente agotada.
Las que hayan pasado por una mudanza me entenderán cuando confieso que estoy estresada. La ansiedad y yo tenemos una relación espaciada, pero estos días me ha estado visitando y me siento en mi propio cuerpo asfixiada. Mi mente es una nube de miedos, de sentimientos, de planes, de coordenadas para entender qué está sucediendo. Los muebles de mi casa me preguntan si allá donde vamos cabremos, y es muy raro que hayamos dicho ya que nos vamos sin saber a qué paredes llegaremos.
Nos mudamos a Tarragona, al menos ese es el plan. Una ciudad con playa a una hora y quince minutos en tren de Barcelona. Es una ciudad que hemos visitado de turistas y que nos enamoró.
Tiene un anfiteatro romano que, según este artículo, era para lucha entre gladiadores cuerpo a cuerpo y tenía capacidad para unos 14,000 espectadores. Yo solo puedo decir que es precioso. Tiene una catedral enmarcada por unas calles pequeñitas que es símbolo de la ciudad. Tiene casi 400 mil habitantes. Tiene brisa de mar y un montón de departamentos a los que he llamado las últimas semanas rogando una visita.
Siento como si lentamente por las próximas semanas tuviera que desarmar muebles y despedirme lentamente de esta ciudad donde aprendí a amar el pedacito de Jonas que existe en su idioma. Donde me aprendí cual libreto cómo decir “buenos días” y “voy a pagar con tarjeta, por favor” en flamenco. Donde entendí que las papas a la francesa son en realidad belgas y tienen un peso en la cultura cuando, como unos buenos tacos de asada en jueves por la noche cuando no quieres cocinar, te escapas a la friterie por unas papas con salsa joppie y un kipkorn.
Tenemos una lista de cosas que queremos hacer antes de irnos, entre ellas estaba hacer un roadtrip con nuestras amigas, y henos aquí siendo felices en Étretat el finde semana pasado:
Y nos quedan todavía un par de semanas por disfrutar, entender y procesar esto, pero quería hacerlas partícipes porque desde el otro lado de la pantalla siempre recibo apoyo, consejos, y mucho cariño, y quería hacerlo recíproco haciéndolas parte de esta etapa, de estas decisiones, de estos cambios que sé que irán viendo en redes y en los que podemos profundizar por aquí.
Y oigan, que la próxima semana estaremos buscando departamento y ¡visitaremos un posible sitio para casarnos! Así que la siguiente newsletter se cocerá con mucho jugo.
Gracias por leer todo esto, por entender, por vivir conmigo esto incluso si cada una está en su casa y en su realidad porque sé que aunque no lo estás viviendo eres capaz de empatizar.
Y ahora que retomamos contacto espero que estas letras te saquen una sonrisa, una reflexión, un “¡ay, esto lo entiendo a la perfección!”, cada quince días.
Nos leemos pronto,
Y yo creía que las primeras lágrimas del día serían porque no hay sol... Pero ha sido tu relato. ¡Es que muero de emociones! Y estoy ansiosa por ver qué les depara. Enhorabuena ✨
Lo único constante es el cambio Pao! Pero el hogar siempre va a estar contigo y Jonas.
Éxitos,éxitos y más éxitos!