Cuando escuchamos la palabra ‘mudanza’ casi siempre nos centramos en el desplazamiento físico: mudarnos de casa, cambiar de una ciudad a otra, poner nuestras pertenencias en cajas que tendrán que ser desechas en otro destino. Pero mudarse es algo más que moverse de un sitio a otro.
Mudarse significa ganar y perder, significa recorrer, pero en pensamientos algunas veces retroceder. Significa, también, dividirse, concepciones de hogar que se disuelven en los sitios donde el pasado y el presente se tocan.
No todas las mudanzas son iguales, ni representan lo mismo. Algunas veces las distancias no se abren como ríos, pero muchas veces sí. Es normal: crecemos, cambiamos. Lo queramos o no, cuando crecemos en otros sitios nos terminamos divorciando un poco del sitio de donde provenimos porque nuestro día a día va en nuevas direcciones. Pasa lo mismo con las relaciones. Cuando rompes con alguien y te mudas del sitio seguro que era tu relación a un mundo desconocido, una parte de ti se va adaptando con los días a nuevas circunstancias, a nuevos espacios, a ver el mundo con nuevos ojos. Lentamente te vas convirtiendo en una extraña para esa persona con la que ya no estás.
Me he mudado múltiples veces en mi vida, en todos los sentidos, y he pensado y repensado el tema desde muchos ángulos. Pero recién las mudanzas han vuelto a saltar porque una amiga muy querida me dijo que estaba buscando una casa donde pudiera al menos comprometerse por una temporada larga con sus muebles, con sus sillas, dejar de moverse de departamento en departamento —algo por demás común en una ciudad como Barcelona donde las rentas son elevadas y el ritmo es siempre más rápido de lo que las manecillas del reloj deberían permitir.
Ella está buscando un hogar. Y no la culpo, llevo años haciendo lo mismo. Pensando en cuánta ropa puedo conservar para que siga siendo una única maleta, vendiendo los libros que amo porque no tengo suficiente espacio, mudándome de colchones, de habitaciones pequeñísimas y compartiendo departamento con completas desconocidas que se han vuelto grandes —en algunos casos grandísimas— amigas.
Por casualidad, ese mismo día me topé con este video y se removió algo en mi interior porque despedirse del sitio donde uno aprendió a amar la vida es realmente un reto. Recuerdo lo mucho que lloré cuando me mudé a Barcelona. Sé que lo que vivo es “genial”, que el sueño de vivir en Europa es para muchos algo imporsible, y no niego que ha sido maravilloso a su manera, pero me tuve que enfrentar como nunca a entender cosas tan simples como si algo me sucedía no tendría a alguien que pudiera ayudarme, a controlar mis gastos, mis horarios, mis comidas, mi día a día. Tuve que hacer trámites: universidad, visado, buscar casa sin ser estafada, entender qué estaba haciendo. Supongo que cuando te mudas no reflexionas del todo lo que significa realmente tomar una decisión de esas dimensiones.
Una nunca se imagina convirtiéndose en ausencia.
Pero me reconozco como una ausencia entre aquellos que me quieren del otro lado del mundo y como una persona dividida algunos días. Cosas como mi acento, que se difumina aunque nunca llegaré a adoptar el acento de aquí, mi cultura, mis expresiones, quién soy, cambian exactamente como cuando terminas una relación y tienes que de alguna forma reaprenderte en el mundo y en tus formas de querer y ser querido. Cuando “me distancié” de mi país, absorbí cosas nuevas que me han marcado y por eso no puedo ser la persona que era al irme.
Mi última mudanza ha sido ese paso existencial que une los hilos de conductores de esta narrativa: me mudé con mi pareja. Después de saltar de casa en casa y desastre en desastre, tuvo sentido todo lo que he sentido respecto a lo que es irse de una ciudad y lo que fue irme de mi relación anterior. He pasado procesos de reinventarme demasiado radicales durante los últimos dos años, pero algo se mantuvo: el deseo de encontrar un hogar. Un hogar físico y uno emocional. Y creo que los encontré.
Nunca fui más feliz que cuando me compré una tostadora y unas plantas porque entendí que podía poner raíces. Cuando empecé a comprar libros que ya no planeo vender, cuando cada mañana despierto con alguien a quien amo y con quien he podido desactivar todas las salidas de emergencia porque sé que, si tenemos que algún día empacar todas nuestras cosas y dejar este departamento, mi hogar me tomará la mano para buscar otro lugar físico para habitar.
Por eso quiero compartirles un par de fotos del balcón desde donde leo y de Rosie, nuestra primera planta, con su primera flor:
¿Ustedes qué sitios y qué relaciones se han permitido habitar los últimos meses? Cuéntenme, estaré encantada de leerlas.
¿Alguien te compartió esta Newsletter?
Dile un gran ‘gracias’ de mi parte y suscríbete para seguir recibiendo contenido.
es increíble como en cada plataforma que te unes provoca leerte, me encantó esta nueva forma de transmitirnos tus historias.
Durante este pandemia tuve que abandonar el lugar donde había estado viviendo por casi 6 años, pero donde extrañamente nunca me sentí como en mi hogar, no me mudé con mi pareja como tú, pero me he vuelto a conectar con él y creo que descubrí que él es mi hogar.
Mucho éxito en este nuevo proyecto y espero mi próximo ejemplar