El 2020 será recordado por muchos como uno de los años más difíciles que les ha tocado vivir. En un mundo que corría con normalidad de pronto la vida se detuvo y las certezas se transformaron en dudas: ¿nos quedaremos sin comida? ¿Nos infectaremos? ¿Qué pasa si alguien querido muere? ¿Podría morirme?
Las grandes preguntas llegaron cargadas de grandes carencias: el contacto físico se volvió peligroso, estar cerca los unos de los otros se convirtió en incomodidad: las circunstancias nos obligaron a tomar distancia. Encierro de meses con muchas limitaciones de a dónde salir, a quién ver. No sé las circunstancias de todos, no sé lo que han atravesado, pero sé que ha sido difícil de una forma u otra, que nos hemos tenido que privar de “normalidad”.
Sin embargo, ¿qué es lo normal?
Cuando empezó el “desconfinamiento” en España empezaron a hablar de “la nueva normalidad”, que incluía tener franjas horarias para salir a caminar, usar cubrebocas en las calles, tomar distancia. Creo que fue ahí cuando más sola me sentí.
No cuando pasé tres meses encerrada, no, creo que al final ahí me seguía aferrando a que eventualmente saldría a las calles y todo volvería a ser “normal”, sino cuando salí a las calles y me di cuenta de que nos íbamos a tener que inventar algo para reemplazar lo que antes parecía lo cotidiano.
Que también tendría que aprender a inventarme cómo interactuar con otros.
La soledad no se inventó en el confinamiento.
Creo que si la soledad se integró a esos días fue porque ya era una vieja amiga: la soledad no se trata acerca de la cantidad de personas que te rodean, porque estoy segura de que muchos de ustedes no pasaron el confinamiento solos y pudieron sentirla, o que, por el contrario, la pasaran solos y el sentimiento de soledad nunca llegó.
Lo que me parece importante de esta etapa de la historia es que creo que aprendimos a hablar de ella: aprendimos a mencionar a la soledad, decirla en voz alta y normalizarla. Que en un mundo de gente viviendo un encierro no era difícil aceptar que era “normal” sentirse solo, incluso si hay gente que lleva años lidiando con el sentimiento sin poder sacarlo a colación en una charla con amigos porque esto solía ser lo “no normal”.
Eso me hace pensar, en mi faceta idealista, que tal vez la “nueva normalidad” incluye una flexibilidad mayor al hablar de emociones. Que tuvimos un momento histórico donde teníamos licencia para sentir, para aceptar que no estábamos bien, para enfrentarnos a momentos difíciles y ser capaces de decir: “no estoy bien”.
Por supuesto, tampoco estamos todos obligados a sentirlo, a enfrentarlo. Hace unos meses escribí un artículo para The Wall Street International donde hablaba de si es justo que las víctimas reconozcan sus traumas, y llegué a la conclusión de que no. Me pasa lo mismo con las emociones: no todo el mundo necesita ir poniéndose sus heridas en voz alta, aunque hay gente que sí. Todos tenemos una forma especial de contar nuestra vida, nuestros problemas, nuestras subidas y bajadas. Algunas personas se transforman en su pasado y otras lo sueltan y se olvidan de dónde vinieron. Y aunque no tengo la respuesta correcta, considero que lo importante es tener el poder de decidir.
De normalizar poner en palabras lo que llevamos adentro, de abrazar nuestras emociones, de vernos con amigas y poder decir: “no lo llevo tan bien estos días”, sin que haya una alarma que diga: “no está bien hablar de emociones tan negativas, si tú no tienes motivos para quejarte”.
Y esto lo vi con mucha claridad en el libro que estoy leyendo ahora (Beautiful world, where are you de Sally Rooney), cuando en una escena la madre de una de las protagonistas se está quejando de lo imperfecta que es su vida y de cómo no aguanta escuchar que su hija se queje y ella le responde: “I’m not sure why you think your unhappiness is more important than mine” (no entiendo por qué crees que tu infelicidad es más importante que la mía).
Si tenemos que rescatar algo creo que debería ser esto, no invalidar las emociones de otros, no sentirnos raros de sentirnos solos, dejar de pensar que hablar de nuestras emociones está mal.
Tener el derecho de sentirnos como nos dé la gana con nuestra vida, ser capaces de decirlo en voz alta para soltarlo y buscar las soluciones correctas. No cansarnos de buscar formas para sentirnos mejor.
Esta semana me escapé a la playa con mi persona favorita. Nos sentamos frente al mar y nos dimos permiso de contarnos cosas, de decir en voz alta que nos queremos, sí, pero que no hemos sido queridos en el pasado. Hablar del futuro, inventarnos historias, creérnoslas porque creemos en el otro.
No hay nada más bonito que lo que las palabras construyen, así que no dejen que sean las palabras quienes los destruyan. Empoderen a sus sentimientos y a cómo los transmiten.
No olviden que pueden escribirme a mi Instagram y/o Facebook, o dejar un comentario en el post. ¡Nos vemos la próxima semana, queridas amigas!
cuánta razón, a veces uno se limita hablar de como se siente porque la otra persona no lo comprende, me pasa que estaba en una etapa de mi vida donde me sentía extremadamente mal y me limité a contarlo porque las personas a mi alrededor parecían tan felices