Durante 2021 se vivió en Estados Unidos un fenómeno llamado por Anthony Klotz como “La gran renuncia” (The great resignation). Empleados a lo largo de todo el país comenzaron a renunciar el doble de lo que solían y no había sector o tipo de trabajo que se salvara. A partir de esto Klotz formuló cuatro teorías acerca de por qué podría estar pasando esto. La primera hipótesis concluía que se debía a que se sumaban las personas que en 2020 no pudieron renunciar debido a la pandemia pero que ya lo tenían en la mira; la segunda por agotamiento laboral, personal hastiado de su situación en el trabajo; la tercera se llamó la “relevación” y es que, al cambiar cosas sustanciales en el trabajo, como la renuncia de otros compañeros, de pronto había una clase de impulso por dejarlo —y, vamos a decirlo, la pandemia tuvo muchos de esos momentos—; la última, la menos popular, refería la incapacidad del trabajador por adaptarse de vuelta a una oficina después de conocer el teletrabajo.
Este fenómeno está realmente ubicado geográficamente y, por lo que he visto en mi navegación por el fascinante Google, no se ha reproducido en ningún otro país. Sin embargo, la cantidad de tik toks que me aparecen todos los días acerca de las crisis de trabajo y los tweets de “odio mi trabajo” o “no quiero ir a trabajar” son una constante, lo que me hace preguntarme si es porque renunciar puede ser, al fin y al cabo, un lujo que pocos pueden permitirse.
En la vida tenemos que elegir, es cierto, y cada vez que elegimos estamos renunciando a algo.
Cuando elegimos ir por un camino renunciamos al otro, seamos conscientes o no. Cada día renunciamos a algo por elegir otra cosa, ¿por qué en el trabajo es tan complicado, entonces, renunciar? Si fuese solo una decisión sin grandes consecuencias como elegir qué camino tomar al ir a un sitio, elegir algo del menú o el sabor de un helado no vacilaríamos, pero renunciar al trabajo tiene implicaciones personales, familiares, tiene implicaciones económicas y tiene, principalmente, el desafío de volver a salir al mercado laboral. Una amiga me decía que esto era como salir de una relación estable para saltar a Tinder. Es un poco cierto: cuando entramos a LinkedIn y el mar de ofertas laborales nos ataca, no sabemos lo bueno y lo malo que encontraremos, mientras en nuestro trabajo al menos lo tenemos identificado —y muchas veces domado.
Hace dos semanas renuncié a mi trabajo. Oficialmente no es la primera vez que termino un contrato laboral, pero fue la primera vez que expresé en palabras que me iba no porque me mudara a otro país —como me pasó al venirme a España— o porque se terminara un convenio de prácticas, sino porque lo que estaba haciendo ya no me hacía feliz. Esta vez en mi trabajo había estabilidad económica detrás, habían mucho aprendizaje y relaciones profesionales que me hacían sentir en un espacio seguro. Por supuesto, fue muy difícil poner en palabras mis emociones de los últimos meses y comunicar mi decisión.
Cuando hace un par de meses escribí Tampoco soy lo que mi niña de 8 años imaginó, estaba en un espacio muy gris de mi vida: habían escalas de negro y de blanco por igual y estaba muy confundida acerca de cómo quería proceder para lo siguiente. Durante los últimos años he tenido que renunciar a cosas como la cercanía de mi familia, a mis amigos, a lo conocido y me metí en un mar de incertidumbre en la que, aunque aprendí a vivir, no dejó de atormentarme. Es como tener una piedrita en el zapato con la que caminas pero que a veces te hace sangrar cuando llevas ya mucho camino recorrido: así sentía el peso de mis decisiones.
Sin embargo, creo que pudieron ver que durante los siguientes meses las cosas se fueron aclarando un poquito. Especialmente en mi última newsletter del 2021 De esto se tratarán mis doce uvas considero que se lee muy, muy distinta al tono de la escrita en agosto. Y, como les conté ahí, tomé el fin de año como la oportunidad para hacer el balance de los daños y años. Llegué a la conclusión de que renunciar me daba mucho miedo, pero que tenía más miedo de quedarme donde estaba y no avanzar, de no intentar mejorar mi rutina.
Ya saben que a mí me gusta reconocer cuando algo es un privilegio: sin duda alguna, esta es una de esas ocasiones. He tenido estos meses a amigas increíbles y a un novio asombroso que me hicieron ver que soy dueña de mi vida, que puedo hacerlo todo, que no debo dudar ni un solo segundo en tomar la decisión que me haga feliz. Luego, la verdad, es que también tenía un equipo de trabajo que me hizo darme cuenta de que las despedidas también pueden ser bonitas: debieron verme vuelta un mar de lágrimas diciendo adiós y un video de nueve minutos de todos ellos diciéndome por qué les gustó trabajar conmigo. Soy afortunada, también, porque encontré un trabajo que pinta muy, muy bien, y que suena sin duda a algo que Paola de 8 años soñó.
Estoy consciente de que puede que las cosas sean menos ideales de lo que tengo en mi cabeza, pero la verdad es que me estoy quitando las ganas de preguntarme: ¿qué pasaría si…? Y lanzarme a intentarlo.
Todo esto es para decirles que, así como puse en un tweet esta mañana, a veces el primer paso no nos lleva a donde queremos, pero nos saca de donde estamos. Este sentimiento de confusión pasa en todo: da mucho miedo buscar los cambios, tomar decisiones que signifiquen renunciar algo. Ya no estoy hablando solo de lo laboral, la estabilidad está en todo: en nuestras relaciones sentimentales, en nuestras amigas, en vivir con nuestros padres, en vivir en la misma ciudad de siempre. A veces necesitamos un cambio que nos permita encontrar el lugar/relación/trabajo que nos acercará a ser un poco más la persona que queremos ser.
No te preguntes qué quieren los otros para ti, pregúntate quién quieres ser y busca los caminos que te dirijan hasta ahí. Si necesitan que alguien sea su porrista o la amiga que les diga que ustedes pueden, ya saben que aquí estoy.
Esta semana en mi Instagram les pregunté cuáles son las cosas del día a día que las hacen felices y yo les conté que a mí me encanta cómo entra la luz a mi habitación los domingos por la mañana mientras mi novio y yo seguimos tirados en la cama. No hay prisa, amigas, no es necesario tomar las grandes decisiones hoy, pero como no siempre puede ser domingo por la mañana, hay solo que pensar como redireccionarnos a donde creemos que podemos ser más dichosas —si nos equivocamos, al menos no viviremos con dudas y buscaremos siempre la manera de volver al ruedo.
Las quiero mucho y, ¡nos leemos en dos semanas!
no sé en verdad cómo le haces para que cada newletter me traiga algún recuerdo, supongo que porque estamos en la misma edad. Siempre he sido el tipo de verdad que cuando no se siente a gusto en su trabajo, ya sea por ambiente o tema de dinero renuncia. De hecho hasta me han comparado con el personaje de Trish de Austin y Ally 😂😂😂
Antes de la pandemia tenía pensado renunciar, no lo hice porque esta llegó, pero no llevábamos ni 2 meses en confinamiento cuando tuve que hacerlo, porque aún en esa situación mi jefe era exasperante y desde entonces (mayo 2020) no he podido encontrar otro empleo, aunque he tenido el apoyo de mi familia y pareja para valerle económicamente ya que mis ahorros se fueron super rápido, no me arrepiento.