La primera vez que escuché el “cada pareja es un mundo” debía tener unos trece años. En aquel entonces todo lo que conocía del amor eran las novelas que escribía en Metroflog donde amor era una convulsión, una explosión, donde todo era perfecto y sin matiz alguno: la farsa del romance adolescente que empezó en internet después evolucionó hasta Crepúsculo donde me convencí de que si era necesario me convertiría en vampiro por el amor de mi vida. Pero el romance que me vendieron no fue para nada lo que experimentaría después.
Primero, el amor fue torpeza: no sabía querer sin la intensidad de Crepúsculo y la verdad es que a los quince años tenía cero idea de lo que una relación adolescente tenía que ser porque lo que leía no hablaba en absoluto de mi realidad. Después, amor fue racionalidad: ¿me gustaba ese chico? ¿Debía hacer algo para convencerlo de que yo era el amor de su vida? ¿Debía ser estratégica en cómo aproximarme a esta situación? Y finalmente llegó el amor resignado: “que sea lo que Dios quiera, voy a ir a esa cita”.
Hoy hace diez años que estoy “en el mundo de las citas” -y me doy cuenta mientras escribo esto. Si mi yo de trece años escribiendo novelas de amor viera lo que es nuestra historia ahora daría unos brinquitos de felicidad, pero me diría que ella habría escrito un par de fuegos artificiales extra y una o dos bombas. Ah, y claro, le habría agregado drama, porque: ¿Qué es una buena historia de amor sin drama? Perdón, crecí viendo telenovelas mexicanas. Spoiler: el amor no es drama.
Hoy el “cada pareja es un mundo” tiene otros matices y tengo nuevos conceptos en la cabeza.
Amor ya no es solo colisión de mundos, sino que es un puente con escaleras, porque las cosas que nos unen también significan escalar algunas veces, como el idioma, la cultura o, incluso, el cómo crecimos.
El amor intercultural no es una novedad, es cada vez más común. En España, por ejemplo, 16% de los matrimonios que suceden día a día son entre personas de diferentes culturas. La globalización no solo nos ha permitido llegar más rápido de una punta del planeta al otro, sino que nos ha impulsado a descubrir qué se siente amar en otros espacios, en otros idiomas.
Pero esto no solo puede ser achacado a la facilidad de movilidad o al descubrimiento de cosas como los aviones: otro de los factores que está impulsando la interculturalidad es la apertura cultural y religiosa. En el caso de los musulmanes, por ejemplo, hace apenas unos años que han permitido que las mujeres se casen con hombres no musulmanes, aunque los hombres ya tenían libertad de casarse con quien decidieran. Esto es a raíz de la creencia de que la religión se transmite desde el lado paterno. Asimismo, ahora el “casarse por amor”, está cada vez más aceptado, pues no todas las culturas entienden amor como un acto romántico o llevado por los sentimientos, sino como un acto social.
Estamos abriéndonos a lo nuevo, a lo diferente. Cada cultura a su ritmo y ningún caso es dos veces igual, porque la interculturalidad y lo interracial se portan de diferente manera. Por ejemplo, leí acerca de una blogger en Whashington D.C. casada con un hombre indio que adoptó el uso del sindoor (polvo merbellón) que portan las mujeres casadas, ¿el resultado? Hasta su jefe creyó que era sangre por una caída. Esto, además, era doblemente raro porque había otras mujeres de la India en la oficina y ninguna seguía esas costumbres, incluso la consideraban “muy antigua y anticuada”, pero, bueno, el amor nos hace adaptarnos, ¿no?
Ahora salir con alguien de otro país no solo es aceptado, sino que de alguna forma es impulsado. No es una casualidad la existencia “Tinder Passport” que te permite hacer match con cualquier persona del mundo, ni las películas y libros que hablan de lo que es encontrar al amor de tu vida en otro país.
Cada pareja se crea un mundo, coexiste en el mundo, reinventa su mundo, le muestra al otro su mundo.
La unidad que implica estar en pareja al final del día es realmente lo que importa, lo que impulsa, lo que le da al amor el sentido que en sí mismo a veces no porta. Puede que en mi caso el choque cultural no implique, por ahora, nada loquísimo porque al final, aunque salgo con alguien de otro país, ambos somos parte de una cultura más o menos parecida -la suya traducida al flamenco mientras la mía canta un al ritmo de Cielito lindo con mariachis. Pero, aun así, hay un mundo de diferencia entre decir “te amo” e “ik hou van jou”, aunque en Google translate sean equivalentes.
Querer tiene matices, y lo hemos descubierto juntas más de una vez durante estas semanas hablando desde Substack. Ahora, como no quiero tener la tinta para mí sola me encantaría que me contaran: ¿qué es lo más loco que han hecho por amor? Pueden mandármelo por mensaje a Instagram o Facebook.
¿Se sorprenderían si les digo que una vez me aventé a tener una cita con un completo desconocido con un vuelo de por medio? ¡Les prometo un chisme de esos buenos para la siguiente entrega!
En cada blog/newsletter les comparto qué está sucediendo en mi vida y, ¡este fin de semana hicimos una escapa express! Nos fuimos en tren a la región de Alt Penedès donde nos topamos con centenas de viñedos, bebimos cava rosado, hicimos hiking y continuamos descubriendo que, aunque toda la vida hemos vivido en países y culturas distintas, a partir de ahora queremos inventarnos nuestra forma de amar con un verdadero remix.
he vuelto, me encantó leer esto. Siempre me han parecido interesantes las relaciones de personas de diferentes culturas, siempre debe haber algo de que hablar ajajajja