Esta vez no tengo muchas palabras. No sé cómo escribirle a las mujeres que han sufrido, que han sido violentadas, que han desaparecido, que han crecido sin madre, o las madres que han envejecido con la esperanza de un día volver a ver a sus hijas.
Miles de mujeres desaparecen en México cada año. Y me siento una hipócrita mientras escribo esto desde otro país, mientras les digo a mis amigas “luchen” cuando yo no tuve la valentía de seguir peleándome con las toqueteadas del transporte público, los grupos de WhatsApp avisando que llegamos vivas, las miradas en las calles, las palabras de hombres asquerosos mientras esperaba a que el bus pasara por mí. Estuve viviendo muchos años con miedo y pensé que eso era lo normal.
Pensé que era normal volver a casa con las llaves entre los dedos. Juré que era normal que mi madre se paniqueara si pasaba un par de horas sin contestar, pensé que era normal que en todos sitios tu amiga te avise si llegó bien a casa, salir de fiesta juntas y volver siempre juntas. Pero no, no es normal.
No es normal el miedo que sentí al subirme a un taxi por primera vez en mi nueva ciudad. Preguntarme si mis amigas no me querían porque no avisaban si llegaban bien a casa, no me preguntaban frecuentemente si estaba bien. Para mí lo normal era tomar siempre caminos distintos para ir al trabajo, para no ser fácil de secuestrar. Nunca, jamás, detenerme en la calle si un extraño tiene una pregunta. Cambiarme de acera si iba solo con un hombre. Pero no, no es normal.
La violencia se aprende y cuesta mucho desaprenderla. Cuesta mucho volver a confiar. Cuesta mucho no pensar en ti misma como una presa. La violencia aprieta, pero aprieta mucho más en el ámbito en que creces; aprieta con fuerza a la niña que le enseñaron a cocinar para complacer a un hombre, a la que le dijeron que no la iban a querer si no era limpia, si no era amable, si calladita se veía más bonita. Eso también se aprende y cuesta mucho, muchísimo desaprenderlo. Los límites son difusos acerca de cómo relacionarnos con otros, marcar el “hasta aquí” con nuestras parejas, ser capaces de dirigirnos solas sin que haya voces de nuestras madres, abuelas, tías, diciéndonos que una señorita no se comporta de cual o tal forma.
Crecí en un pueblo pequeño de un país enorme. Crecí rodeada de conductas machistas que hoy se visibilizan mucho más que en ese entonces. Crecí y aprendí a temer a los hombres. Crecí y vi lo peligrosos que pueden ser. Crecí y conmigo crecieron mis miedos. Crecí y tuve parejas con actitudes tóxicas y violentas. Crecí y hoy puedo poner en palabras muchas cosas, pero hay muchas otras que tengo ahí, en el baúl de las frases que aún son impronunciables.
Y salí corriendo. Y busqué la vía de escape. Y lloré. Y reaprendí. Y temí. Y volví a intentarlo. Hoy vivo en otro país con una tasa de violencia mucho más baja. No voy a decir que aquí no pasa nada, pero es menos frecuente, no soy un target, aquí no hace falta vivir con la guardia siempre alta. Esto es un pinche privilegio, pero no debería serlo. México es el cuarto país con mayor criminalidad en el mundo. Es un infierno no declarado terreno de guerra. Pero también es el sitio donde vive mi familia, es mi hogar, es donde siempre estarán mis raíces, es donde sigo creciendo incluso mientras no estoy.
No estoy en México porque tenía miedo de algún día dejar de estar.
Amigas, gracias por leerme. Gracias por compartir. Gracias por sentir. Me siento afortunada porque sé que en este espacio existen otras personas que han pasado por lo que yo, porque sé que no estoy loca por sentirme como me siento. Porque, espero, puedan entender algo de lo que escribí. Han sido semanas difusas y confusas. Pero si hago un recuento, en su mayoría, la verdad, han sido días felices y lentos donde he trabajado, tomado café, sentido el sol en mi cara, caminado sin miedo y pensando en todas las personas que no tienen el privilegio que yo sí tengo.
Cuando uno se sabe privilegiado tiene que hacer algo al respecto. Yo, por ahora, escribo, que es uno de los lujos más grandes que existen. Y espero que ustedes encuentren una forma de sacar su coraje, frustración y miedos.
Nos leemos pronto. Las quiero,