Los aniversarios suelen, en el imaginario colectivo, ser fechas especiales. Aniversario de bodas, aniversario de nacimiento, aniversario del ‘¡estamos oficialmente saliendo!’, pero también hay otros aniversarios de los que a veces hablamos menos por su carácter ‘luctuoso’: los aniversarios de ausencias.
Y me refiero desde la muerte de un ser querido que cada año nos da una punzada —mi abuelo, por ejemplo, murió un 31 de diciembre y la fiesta de Año Nuevo no ha vuelto a ser la misma—, hasta los aniversarios que nos tenemos guardados. Recuerdo, por decirles algo, el día en que di por clausurada mi infancia, la fecha en que un chico que me gustaba mucho me dijo que “era simpática, pero no lo suficiente”. Escribo de este tema en especial porque esta semana tengo un aniversario que cargo en los ojos: el aniversario de la última vez que vi a mi mamá antes de mudarme a otro país.
De alguna forma es como si hubieran pasado solo unos días, aunque, por otro lado, pienso que han sido ya muchas vidas. Me pasa lo mismo con todas las ausencias: hay un dejo de destiempo, de un movimiento distinto al de las manecillas del reloj. A veces soy yo contando todo lo que ha sucedido desde aquel último abrazo —y se suma mucho, muchísimo— y otras soy yo pensando en nuestra relación, en cómo me siento con respecto a ella —y ahí estamos bien, bien cerquita.
Des-relacionarnos es también un proceso.
A veces no tienes que romper con las personas para que algunos hilos se suelten lentamente, a veces ni siquiera es que necesites pensar en que estás perdiendo algo o a alguien para que suceda: la ausencia tiene la función de quebrar un par de trocitos de lo que tenías, de transformarlo, y a veces está bien, porque estás también armando nuevas parte de ti en otros sitios.
Esto, por supuesto, no tiene que involucrar irte a otro país, como me pasó a mí, a veces puede ser tan simple como dejar de ver a un amigo o a una amiga, o pasar cada vez menos tiempo con tu pareja hasta que, de repente, te das cuenta de que hay cosas que ya no los unen igual, que hay secretos que ya no quieres contarle, que tu vida de pronto se ha deslindado de la de la otra persona.
La ausencia se manifiesta de muchas formas, incluso puede suceder mientras te sigues relacionando físicamente con alguien, mientras lo ves todos los días: las distancias no se miden en kilómetros, sino en los minutos eternos que ocurren en tu cabeza cuando dudas de si compartir algo que te importa mucho con alguien porque ya no es la persona a la que quieres contárselo.
Y al final, es por eso que no todas las ausencias son malas.
Contrasto este aniversario de ausencia que me duele con uno que, después de mucho, me gusta recordar: el día en que finalmente di por terminada mi última relación. Romper con alguien no significa odiarle, o hablar eternamente mal de esa persona, porque reconozco que hubo mucha felicidad en lo que tuvimos, pero recuerdo claramente ese dos de febrero y me recuerdo a mí, por primera vez desde que nos conocimos, sin llorar en el vuelo de vuelta a casa porque tenía más bien una sensación de alivio. Había llorado ya lo suficiente, nos habíamos gritado ya demasiado, así que para mí habíamos terminado mucho antes de ese día; mi luto había ocurrido con mucha antelación.
Recuerdo haber llegado a las ocho de la noche a mi minúsculo departamento en Barcelona, haberme hecho un té después de poner las flores amarillas que me llevó al aeropuerto —la primera vez desde que salíamos que me las llevaba y yo, por primera vez, ya no quería que lo hiciera— en un florero y haberme sentado en el balcón a leer sin siquiera pensar en él.
Lo perdí y me recuperé a mí, fue todo lo que pensé.
Hoy el escenario pinta muy distinto y celebro todas las ausencias que llevo conmigo porque me permiten tener a todas las personas que conozco y que me apapachan, y celebro que hay ‘ausencias’ físicas que no se sienten porque las llevo muy cerca de mí. Mamá, si estás leyendo esto que sepas que a ti te llevo siempre en el pecho ahí a donde voy. Mi amor, si estás leyendo esto, que sepas que eres una persona para la que nunca quiero ser ausencia.
Y amigas, a todas las que están leyendo esto, quiero que sepan que no está mal alejar personas que las hacen sentir mal, de volverse fantasmas para quienes no aprecian su presencia y después tener sus aniversarios de ausencias que les recuerden que son más fuertes y decididas de lo que pensaron.
Les dejo por aquí unas ‘postales’ de fotografías que tomé el domingo pasado, porque esta semana les escribo desde la maravillosa Gante, donde estoy teletrabajando y buscando los sitios que me permitan seguir imaginando historias y, sobre todo, escribiéndoselas porque sé que siempre cuento con ustedes.
¿Se imaginan si hubiera seguido un camino distinto, si hubiera decidido permanecer ahí donde ya sabía que debía ser ausencia? Me habría privado de vivir esto que en fotografías parece cuento de hadas, pero que es en realidad la historia de alguien que ya descubrió que no es una princesa y está intentando luchar contra sus dragones internos.
Y no me voy sin antes preguntarles: ¿Cuál es su siguiente aniversario de ausencias? Estaré feliz de leerlas.
de verdad que desde que te decidiste hacer esto, espero con ansias los miércoles.
Esta entrada me ha vuelto a recordar ese aniversario de ausencia, que creo recuerdo más de lo que debería, sobre una amistad.