Advertencia: este artículo no pretende patronizar ningún comportamiento/experiencia de vida, pero sí pretende ayudarte a sentir que si has pasado por esto no estás sola.
Uno diría que el amor es ‘solo’ amor. Con tantas definiciones, historias, enredos, incluso con tantas películas románticas que tienen exactamente la misma estructura, a veces es como si el amor fuera una línea recta en lugar de infinitas curvas. Yo, en lugar de tener una única e insólita definición de amor, me he preguntado qué es amar en tus veintes.
Amar en esa etapa en la que ya no eres una adolescente, pero estás aprendiendo a sentirte adulta. Amar mientras estás en la universidad. Amar mientras estás en tu primer trabajo. Amar cuando renuncias por primera vez y necesitas ese abrazo que te felicite por tomar las decisiones que te hacen feliz. Amar cuando ‘se supone’ una debe amar y elegir con quién pasar el resto de su vida.
Actualmente en México, de acuerdo al INEGI, la edad promedio en que las mujeres se casan es 28.9 años. Así que… sí, cuando llegamos a los veintes, y especialmente cuando cruzamos los veinticinco, por decir algo, las preguntas de: ¿has encontrado a alguien? ¿Y ese chico es realmente solo tu amigo? O ¿sino cuándo tendrás hijos?, aumentan considerablemente. Pero esto no es acerca de las personas que te rodean, es acerca de ti. Tú también llegas a preguntártelo. Haces cálculos. Si quieres conocer al amor de tu vida, tener un noviazgo medianamente largo, casarte, viajar por el mundo y tener hijos… ¡tendrías que haberlo conocido hace al menos un par de años!
Pero esto, como hemos dicho ya, no es una historia lineal. No necesitamos aprender los pasos para llegar al resultado ni requerimos que todo suceda en tiempo y forma como si fuese un examen. El amor a los veinte, por el contrario, debería ser algo precioso.
Porque, efectivamente, ya no somos adolescentes y mientras estamos aprendiendo a ser adultas nos vamos conocido mejor. Nos transformamos y profesionalizamos. Cambiamos muchísimo de etapas de vida. Mientras que durante años estuvimos yendo a la escuela y siguiendo esa rutina de aprendizaje, ahora nos estamos convirtiendo en lo que nuestras decisiones guiaron. Para bien y para mal, estamos enfrentándonos al hecho de que somos nosotras contra el mundo. Estamos, sí, afrontando situaciones precarias en el sector laboral, una alta competición, brechas salariales, pero eso es tema para otra newsletter. Sin duda, tenemos muchísimos elementos que nos afectan directamente y que, por qué no, podemos vivir con alguien.
Amor es compartir tu vida con otra persona. Por elección. No porque las películas lo dicen, porque tus amigas lo hacen, porque ‘estás en la edad para hacerlo’. Un buen amor en tus veintes es conocer a alguien extraordinario, pero cuando ya te conoces y ya sabes a dónde están tus límites. Cuando has pasado un tiempo contigo y sí, aprendiste que te caes muy bien.
Amor en los veintes es una vorágine de aprender a entenderte y descubrirte. Si decides hacerlo con alguien, ¡qué increíble!, pero si estás sola en esta aventura solo me queda sonreírte y decir: ‘lo estás haciendo muy bien’.
Creemos que hemos superado la Edad Media, que vivimos en la modernidad, cuando todavía nos gobiernan tantos prejuicios acerca de la forma correcta y el tiempo en que debemos hacer las cosas. Todavía escuchamos discursos largos acerca de lo egoístas que somos por no querer tener hijos, por no buscar ascender en nuestro trabajo cada dos por tres, o, por el contrario, por ‘querer ir demasiado rápido’ en nuestra vida laboral. Respiremos y veamos lo maravilloso de lo que hemos construido.
Cada cual a su ritmo, ya está. El amor de los veintes nos hará felices porque nos estamos aprendiendo a amar y, si estamos preparadas, amaremos a muchas personas en nuestro camino.
Esta semana les escribo la newsletter desde una Gante lluviosa. Para las que llevan tiempo siguiendo estas letras sabrán que paso algunas temporadas en esta ciudad increíble cada cierto tiempo, y que les comparto siempre un trocito de lo que está pasando conmigo. Esta semana, además, tuve la oportunidad de volver a la ciudad que me cambió la vida cuando tenía 21 años: Lille. En la que me enamoré intensamente de la vida -y de la persona equivocada- y donde me propuse los sueños más locos, como volver algún día siendo residente de alguna ciudad europea. 5 años después recorrí sus calles y, ¿les puedo confesar algo? La ciudad tenía menos encanto de lo que recordaba. Tendemos a idealizar, ¿verdad? En fin, que fue uno de esos fines de semana que te hacen sentir afortunada y recordar por qué la vida es tan bonita, por qué me amo tanto a mis veintiséis.
Un abrazo, preciosas, y nos leemos en dos semanas,